Coraline acaba de mudarse a una casa nueva y está aburrida. El único remedio que le queda para divertirse es salir a explorar por los alrededores. Las cosas empeoran cuando llueve, pero su padre le propone que explore dentro de la casa, que descubra lugares nuevos. Es así como ella descubre una puerta en la que no se había fijado y que a partir de ese momento se vuelve misteriosamente el centro de su atención. Detrás de esa puerta la espera un mundo que, aunque parezca más divertido y placentero que el real, en el fondo es tan sombrío y extraño como una pesadilla: cual espejo, del otro lado Coraline encontrará una casa que parece igual a la suya con unos padres que parecen iguales a los suyos… aunque con botones en lugar de ojos. Demasiado tarde, Coraline caerá en cuenta de que se ha vuelto una prisionera. ¿Dejará ella que sus otros padres le quiten los ojos y le cosan botones? ¿Volverá a estar junto con sus verdaderos padres, en su verdadera casa? ¿Cómo podrá salir de ese mundo en el que las arañas tienen el tamaño de los gatos y en el que los gatos susurran palabras a los oídos, en el que las ratas la espían y las almas de los niños están prisioneras dentro de canicas olvidadas? 
Por esta novela, que además fue llevada al cine, Neil Gaiman ganó el Bram Stoker Award, otorgado por la Asociación de escritores de horror de Nueva York.

“-Los gatos no tenemos nombre.
-¿No?- dudó Coraline.
-No – corroboró el gato-. Vosotros, las personas, tenéis nombres porque no sabéis quiénes sois. Nosotros sabemos quiénes somos, por eso no necesitamos nombres.”

“-¿Y por qué es necesario tener valor? – le preguntó el gato con tono de indiferencia.
-Porque, cuando haces algo a pesar del miedo que sientes – respondió ella-, necesitas tener mucho valor.”